La práctica continuada de la meditación purifica la mente, llevándonos a un estado de conciencia más elevado, desde el cual podemos observar las emociones y pensamientos con mayor desapego, sin identificarnos o dejarnos arrastrar por ellos. Entonces la intuición comienza a guiar a la inteligencia y puede florecer el yo más auténtico. Todo comienza a fluir.

La meditación no tiene por qué ser seria y rigurosa, es tan solo una celebración de nuestra naturaleza. Sucede en un espacio interior donde me acompaño con completa aceptación, donde me convierto en el observador testigo de la noria de pensamientos que es mi mente. Sin lucha por intentar cambiar algo, sin evasión. Tan sólo permanezco observando.
Cuanto más cultivamos ese espacio interior, más se expande para convertirse  en parte de nuestra vida. Así la conciencia de nuestro cuerpo, pensamientos y emociones comienza a suceder de forma espontánea. Es el hogar al que siempre podemos regresar.